domingo, 9 de marzo de 2008

La maldición de Casandra

Los antiguos griegos sí que eran sabios… Para cada situación humana crearon, dibujaron primorosamente casi, un mito a la medida… Edipo, Electra, Prometeo, Antígona, Dafne, Narciso…

Uno de los que más me conmueve es el mito de Casandra, la joven pitonisa condenada a que nadie creyera sus augurios. ¿Se imaginan, sentir que se conoce el destino, tener la verdad entre las manos, y que nadie te escuche?

¿Y cuántas veces nos ha ocurrido que fácilmente vemos en el laberinto, en la madeja enredada de los acontecimientos vitales de alguien a quien queremos, por dónde está la salida, la solución, la hebra salvadora que le permitiría resolver el enigma? ¿Pero y cuántas veces nos han escuchado si hemos aconsejado?

No se trata de ningún atributo especial, ni de aposentarse en un escalón de superioridad, ni siquiera de tener una verdad absoluta que ostentar. Se trata de cuánto amamos y conocemos al otro, y de que, al menos a mí me ocurre, suele resultarnos mucho más fácil ver qué le hará daño al otro que definir nuestras propias circunstancias. Sí, porque nuestros propios problemas los vemos, nadadores forzados, dentro mismo del río, y qué difícil puede ser discernir en medio de la corriente... Sin embargo, tenemos los ojos bien abiertos cuando miramos el sufrimiento de una persona querida y queremos tenderle la mano, como si viéramos en perspectiva, y tuviéramos una visión panorámica que no podemos permitirnos con nosotros mismos.

Sin embargo, la maldición radica en que, más allá de lo que veamos, el otro en general, sea cual sea el motivo, no querrá atender ni escuchar. Y hará precisamente lo que le advertimos que podría hacerle daño, y muchas veces caerá, y luego habrá que enjugarle las lágrimas, guardando silencio respetuoso, porque al que está caído no le obsequiarás con un “Te lo dije”, para que se sienta aún peor.

La vuelta de tuerca es, y Borges nos los advirtió hace mucho tiempo, que en este juego perverso de espejos infinitos, seguramente cada Casandra tendrá sus Casandras particulares, y la que no es escuchada, a su vez no escuchará a quienes desesperadamente le advierten de las piedras que hallará por ese camino que no debió tomar…

¿Será que en esta vida, tan hermosa, estamos condenados a realizar un aprendizaje que sólo se efectúa entre raspones y sobresaltos? Pero la sensación más desagradable de todas es la impotencia… por lejos.

2 comentarios:

cyber dijo...

Todos somos Casandra y todos también la desoímos. Tomamos lo que creemos nos corresponde, acertamos o erramos y todo volverá a empezar.

Luna (Leonor Gómez) dijo...

Paso a dejarte un besito.. ando desaparecida.. por el trabajo y las circunstancias .. pero de poco a poco
ando por aquiBaci amica