miércoles, 12 de marzo de 2008

GH5, versión desde la bronca

Princesa, la que supo amar


Bajo la carpa del Gran Circo, protegidos de la rapiña de eso que llamamos realidad, Princesa y Galán daban comienzo a una historia que podía ser de amor.

Como las desgracias ocurren sin pedir permiso, las fieras la hirieron de gravedad. La lealtad de sus súbditos no fue suficiente para evitar que dejara a Galán y la llevaran a sanar.
Desde lejos lloró, luchó y arengó a su pueblo en pro de su enamorado, joven débil e indeciso, quien decía cuidar de ella cuando él mismo era quien sentía temor.
La gente de su feudo luchó junto a ella codo a codo, ganaron la batalla y volvió al circo. Galán la recibió con sorpresa, algunos dijeron que con miedo, otros más benévolos que lo paralizó el amor.

Princesa sabía muy bien que ambos corrían serio riesgo, fieras y figurines habían sido desalojados. Era un circo de sobrevivientes, alguno por su inteligencia y otros de mera casualidad. Debía jugar el todo por el todo, ganar no tenía sentido si le significaba perder a aquél que le había jurado fidelidad.

Ganada que fue la guerra, Princesa por fin tocó el cielo con su sonrisa, bajó y abrazó a su gran amor.
Buena Onda, Bailarín, Gorila, Galán y Princesa celebraron por igual, todos habían ganado el mayor premio de la vida real: La amistad.

Pasaron las celebraciones, ella y él eran símbolo viviente de aquello que todos alguna vez, llegamos a soñar.

Mientras él viajaba cubriendo compromisos, ella trabajaba, le cuidaba la espalda, organizaba su tarea, daba la cara y la vida por él.
Entre luces centelleantes, música fuerte, tragos gratis, caricias y besos robados para fotos fáciles con mujeres que lo eran aún más y, eso que llaman popularidad, el infeliz Galán dio rienda suelta a su debilidad creyendo ser ganador por primera vez en su vida.

Princesa dudó.
¿Debía aceptar las reglas de un nuevo juego, mezquino como pocos y sin solución de continuidad o bien, partir lanzas, preservar sus valores y creencias, vestir la armadura de Juana y volver a luchar para sí misma?
Su pueblo la reconoce como legítima princesa, luchadora empedernida, forjadora de sus propios sueños y Señora de la Vida.

domingo, 9 de marzo de 2008

La maldición de Casandra

Los antiguos griegos sí que eran sabios… Para cada situación humana crearon, dibujaron primorosamente casi, un mito a la medida… Edipo, Electra, Prometeo, Antígona, Dafne, Narciso…

Uno de los que más me conmueve es el mito de Casandra, la joven pitonisa condenada a que nadie creyera sus augurios. ¿Se imaginan, sentir que se conoce el destino, tener la verdad entre las manos, y que nadie te escuche?

¿Y cuántas veces nos ha ocurrido que fácilmente vemos en el laberinto, en la madeja enredada de los acontecimientos vitales de alguien a quien queremos, por dónde está la salida, la solución, la hebra salvadora que le permitiría resolver el enigma? ¿Pero y cuántas veces nos han escuchado si hemos aconsejado?

No se trata de ningún atributo especial, ni de aposentarse en un escalón de superioridad, ni siquiera de tener una verdad absoluta que ostentar. Se trata de cuánto amamos y conocemos al otro, y de que, al menos a mí me ocurre, suele resultarnos mucho más fácil ver qué le hará daño al otro que definir nuestras propias circunstancias. Sí, porque nuestros propios problemas los vemos, nadadores forzados, dentro mismo del río, y qué difícil puede ser discernir en medio de la corriente... Sin embargo, tenemos los ojos bien abiertos cuando miramos el sufrimiento de una persona querida y queremos tenderle la mano, como si viéramos en perspectiva, y tuviéramos una visión panorámica que no podemos permitirnos con nosotros mismos.

Sin embargo, la maldición radica en que, más allá de lo que veamos, el otro en general, sea cual sea el motivo, no querrá atender ni escuchar. Y hará precisamente lo que le advertimos que podría hacerle daño, y muchas veces caerá, y luego habrá que enjugarle las lágrimas, guardando silencio respetuoso, porque al que está caído no le obsequiarás con un “Te lo dije”, para que se sienta aún peor.

La vuelta de tuerca es, y Borges nos los advirtió hace mucho tiempo, que en este juego perverso de espejos infinitos, seguramente cada Casandra tendrá sus Casandras particulares, y la que no es escuchada, a su vez no escuchará a quienes desesperadamente le advierten de las piedras que hallará por ese camino que no debió tomar…

¿Será que en esta vida, tan hermosa, estamos condenados a realizar un aprendizaje que sólo se efectúa entre raspones y sobresaltos? Pero la sensación más desagradable de todas es la impotencia… por lejos.

martes, 4 de marzo de 2008

El arte del adiós

Adiós
“Aquí
lejos
te borro.
Estás borrado.”
Idea Vilariño

Lo dijo una de mis poetas preferidas, y sin embargo porque se ha empeñado en decirlo y gritarlo es que no le creo. ¿A quién le resulta fácil decir adiós? ¿A quién le resulta fácil despedirse de lo que se ama?

Ya sé, ya sé que la vida es una sucesión algo caótica de penas y alegrías, todo mezclado, y que podemos levantar en el aire como una flor delicada muchos más logros que fracasos. Pero hoy quiero detenerme en esos tragos ásperos que nos obligan a abandonar algo que teníamos aferrado a la carne, que no queríamos perder, que cuando desaparece se va arrastrando parte de nosotros mismos.

Qué difícil es decir adiós. A ciertos momentos del pasado, ciertas etapas, a las personas queridas. Tengo que reconocerlo: nunca he sido buena en eso. Así, mirar una foto de otros tiempos puede ser un lanzazo brutal en el pecho, encontrar de casualidad un recuerdo de alguien un golpe bajo que deje doblada…

Y no es no valoración del presente, es no saber aceptar que todo tiene un fin, que las cosas se terminan, la juventud se pasa, el amor puede marchitarse, y los seres queridos pueden emprender el gran viaje que los distancie de mí…